LIBRO: COSMOVISIÓN CRISTIANA, UNA VISIÓN TRASFORMADORA
POR B. J. WALSH Y J. R. MIDDLETON
CAPÍTULO 4, EL RECONOCIMIENTO DE LA CAÍDA
Es nuestra
responsabilidad federal [por virtud del pacto] servir al Señor nuestro Hacedor
y, con todo, no estamos forzados a hacerlo. Es posible desobedecerlo, alejarnos
de lo que estamos llamados a ser. Y esta posibilidad se hizo realidad con la
caída. La cosmovisión cristiana responde a la tercera interrogante básica, “¿qué
está mal?”, en función de la desobediencia a Dios.
Los seres
humanos son inherentemente criaturas religiosas. No podemos vivir sin un dios,
aunque éste último sea producto de nuestras manos. Necesitamos un centro, un
enfoque último, un punto de orientación para nuestras vidas. Tenemos, de hecho,
dos alternativas. O bien servimos al Señor, y acatamos su voluntad, o bien
practicamos la idolatría en desobediencia. Éstos son las antítesis
espirituales, los “o bien, o bien” de la vida que la Biblia repetidamente toca.
En todos nuestros quehaceres, en todas nuestras actividades humanas y
culturales ordinarias, encaramos constantemente estos dos caminos de pacto.
La cuestión de
las antítesis espirituales nos puede ayudar a entender lo que la Biblia quiere
decir con “imagen de Dios”. Aunque el principio subyacente de la imagen de Dios
sea nuestra naturaleza como seres culturales, encargados de gobernar la tierra
en lugar de Yahvé, la orientación bíblica predominante del término se debe
entender explícitamente dentro del contexto de la caída. Esto es, el
significado completo de la imagen de Dios comprende la desobediencia humana,
particularmente la idolatría.
¿Cómo es esto
posible? ¿Cuál es la relación entre
nuestra creación a la imagen de Dios y la elección federal de servir a Dios o a
los ídolos? La respuesta se halla justo
en la naturaleza de la idolatría, una práctica que tiene mucho que ver con los
cristianos hoy en día, pero que se menciona seguido en la Escritura. A la luz
de esta frecuencia, un análisis de la idolatría es esencial para nuestro
entendimiento de lo que significa ser creados en la imagen de Dios.
LOS ÍDOLOS: LA USURPACIÓN DEL LUGAR DE DIOS
Comencemos con
el estudio de Pablo acerca del pecado en el primer capítulo de Romanos. Según
Pablo, vivimos en el mundo de Dios y estamos intuitivamente conscientes de que
hay un poderoso Creador digno de nuestra alabanza. Pero suprimimos este
conocimiento. Los seres humanos a través de las edades han rechazado la
revelación de Dios de sí mismo a través de la creación. No le han reconocido ni
honrado como a Dios. En su lugar, “cambiaron la gloria del Dios incorruptible
en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y
reptiles ... ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los
siglos. Amén” (Romanos 1: 23,25).
Sólo hay dos
categorías básicas: el Creador y lo creado. Si no adoramos a Dios, entonces nos
centramos en algo dentro de la creación, y lo elevamos al rango de divinidad. Adoraremos
a un dios falso. Nuestra naturaleza intrínsecamente religiosa nunca nos
permitirá no adorar. O bien, juramos lealtad a Yahvé, al único Dios verdadero,
o bien nos comprometemos con algo creado y hacemos de ello un dios. Debemos
escoger el uno o el otro, porque no podemos vivir sin un dios, y no podemos
tener dos–al menos no por mucho tiempo.
Jesús dijo que
es imposible servir a dos amos. Uno tendrá que ceder ante el otro porque la
adoración es una práctica exclusiva. Por esta razón Pablo habla acerca de la
idolatría como un intercambio: es algo que hacemos en lugar de servir a Dios. Sin
embargo, sólo Yahvé es digno de alabanza. Las cosas creadas no son dignas de
alabanza, porque son sólo sus siervos, dependiendo de su gobierno para su
existencia. La idolatría es esencialmente una declaración de autonomía y de
independencia de nuestro Creador, nuestro rechazo a su reinado legítimo.
Las
consecuencias son terribles. Si no adoramos al Rey de la creación, si
rechazamos su gobierno, entonces desobedeceremos sus leyes. Es por eso que los
profetas trajeron un mensaje doble de juicio a Israel: la gente había
abandonado a Yahvé por los ídolos, y la tierra estaba llena de anarquía y de
injusticia. Los ídolos son la raíz de la desobediencia.
¡No ha de
sorprendernos que la idolatría, pues, sea denunciada al inicio del Decálogo, o
que Pablo en Romanos 1 viera la idolatría como el principio de la desobediencia
humana! Si nuestra lealtad no es para
con Dios, no tenemos razón alguna para mantener sus estándares. También la
idolatría es descrita en la Biblia no sólo como un pecado entre muchos otros,
sino como la representación misma del pecado. Es el acto central de
desobediencia que trastorna el gobierno de Yahvé en la vida humana.
Pero hay aún más.
La idolatría presupone ídolos. Aunque la esencia de la idolatría sea el rechazo
al reinado de Dios y un intento de adoración de algo dentro de la creación, la
idolatría en los tiempos antiguos fue aún más allá. La gente trató de
representar a Dios (o lo que el adorador pensó que era dios) por medio de una
estatua labrada o fundida. Los idólatras construyeron una imagen visual de la
deidad, el objeto de adoración.
Sin embargo,
observa que esta práctica no se registra en los primeros capítulos de Génesis. Allí
el pecado y la rebelión humanos en contra de Dios están claramente anotados;
empero, no se hace referencia alguna a ídolos literales y físicos. Las
referencias no aparecen hasta el tiempo de los patriarcas.[1]
Y no sería prudente tratar de fechar el comienzo de la idolatría a partir de
esta sola evidencia, pero nótese un segundo hecho intrigante. Esta misma sección
pre-patriarcal de Génesis que no hace mención de ídolos es la única parte del
Antiguo Testamento que hace referencia a los seres humanos como imagen de Dios.
Es una observación asombrosa. Aparte de las cuatro referencias a la humanidad
como imagen de Dios en los primeros capítulos de Génesis (1:26-27; 5:1; 9:6),
el Antiguo Testamento guarda silencio al respecto. ¿Por qué? Podrían estas primeras referencias a nuestra
creación como imagen de Dios estar relacionadas con la falta de referencias
tempranas a la idolatría?
Una pista, en
sí, se sugiere por el hecho de que la Biblia usa el término ‘imagen’ para
referirse tanto a los seres humanos como a los ídolos. La misma palabra hebrea
se usa al respecto.[2]
Pero más importante que la palabra misma es la idea subyacente. ¿Qué significa
que un ídolo sea una imagen, particularmente la imagen de un dios?
LOS ÍDOLOS: LA USURPACIÓN DE NUESTRO LUGAR
En el mundo
antiguo nunca se pensó que un ídolo fuera de hecho un dios. No se identificaba
ingenuamente con la deidad que se suponía que representaba. En cambio, el ídolo
se consideraba como el medio local por el cual la deidad se presentaba a las
personas. Era la encarnación visible del dios, que representaba su poder y
majestad. Siendo una imagen, el ídolo constituía un símbolo; mediaba y
manifestaba la gloria del dios y el gobierno a aquellos alrededor.[3]
Este
entendimiento de lo que significa la imagen de un dios coincide con nuestra
interpretación anterior de la imagen de Dios en el ser humano. Así como el
ídolo se suponía era la manifestación visible y local del dios, los medios por
los cuales él se hacía presente, de la misma forma los seres humanos se supone
en Génesis que representan a Yahvé en la tierra. Su Espíritu y poder los
acompañan, y él ejerce su gobierno sobre la tierra por medio de ellos. De ahí
que el nexo esencial entre la imagen de Dios y el mandato cultural se confirmen.
Los seres humanos son los embajadores de Dios, sus representantes, para el
resto de la creación. Somos los mayordomos a quienes ha colocado en autoridad
sobre la tierra para manifestar su presencia y reflejar su gloria en todos sus
quehaceres culturales.
Pero observa que
la imagen consiste en nuestra representación corporal de Dios. La persona
entera, y no sólo la parte espiritual interna, es creada a la imagen de Dios. Reflejamos
la gloria de Dios, y lo representamos en la tierra por medio de nuestra
presencia física total. De hecho, es la visibilidad de la esencia, ya que hemos
de hacer visible al Dios invisible en nuestras vidas. En el espectro total de
nuestras actividades culturales hemos de demostrar el gobierno amoroso de
Yahvé.[4]
De ahí que la
idolatría está mal no porque trata de hacer visible a Dios (lo cual es
precisamente una tarea humana), sino porque realiza esta tarea de la manera
equivocada. En vez de aceptar y cumplir nuestra responsabilidad creada de
representar al Señor en el espectro total de nuestras actividades culturales,
proyectamos esta responsabilidad hacia los ídolos. De este modo, negamos
nuestro llamado a vivir de forma tal que el gobierno amoroso de Dios pueda ser
visto; al contrario, comenzamos a cultivar la tierra en desobediencia. La
idolatría es, por ende, una alternativa ilegítima a la genuina tarea humana de
reflejar a Dios. Es equivalente a vivir una vida tan distorsionada por una
falsa adoración que cese de reflejar los estándares de Dios.
La idolatría,
pues, tiene dos cualidades distintas, aunque relacionadas. Presupone no sólo
una falsa adoración, sino, por consiguiente, un reflejo falso. Los Diez
Mandamientos nos advierten en contra de esto. Escucha lo que Dios dice en Éxodo
20:3-5:
l. No tendrás dioses ajenos delante de mí. 2. No te harás imagen de
ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni en la tierra ni en las
aguas abajo. No te inclinarás a ellas ni las honrarás.[5]
Hay una
distinción importante entre estos dos mandamientos. El primero se enfoca en
Yahvé como el único Dios verdadero; el segundo se enfoca en la humanidad como
la única imagen de Dios. No es nuestra prerrogativa inventar arbitrariamente
cualquier cosa que queramos adorar, porque sólo hay un solo Dios. De manera
similar, no tenemos autoridad para nombrar lo que la imagen de Dios va a ser. Dios
ya lo acordó cuando nos creó. Y les dice a sus criaturas humanas, ¡tú serás mi
imagen! No los ídolos. Los ídolos
simplemente no son representaciones adecuadas de Yahvé. Esa tarea se reserva a
los seres humanos.
La idolatría
pues usurpa no sólo el lugar propio de Dios, sino el nuestro también. Contradice
tanto el justo reinado de Dios como Señor del universo, como nuestro llamado
humano fundamental de representarlo en obediencia diaria y cultural–ser su
imagen en nuestras vidas.
La relación de
la idolatría con nuestra creación a la imagen de Dios indica, por lo tanto,
nuestra naturaleza intrínsecamente religiosa, la estructura de “o bien esto, o
bien aquello” de nuestra vida. Como seres humanos constantemente nos
encontramos ante dos caminos: uno que conduce a la verdadera adoración de
Yahvé, el otro que conduce al servicio de los ídolos. O bien somos la imagen de
Dios en la administración amorosa de la tierra, o bien perdemos el derecho a
esa tarea con la desobediencia.
ESCOGE ESTE DÍA
Los seres
humanos deben, entonces, escoger entre dos caminos federales, entre las dos posibles
respuestas a las leyes de Dios para nuestra vida. No podemos no responder. Vivimos
únicamente bajo una relación de pacto con nuestro Hacedor. Existimos únicamente
en respuesta a su gobierno soberano.
De la misma
manera en que no podemos permanecer neutrales en relación a él, él no permanece
neutral hacia nosotros. Dios juzga nuestra respuesta a sus leyes. El pacto, en
otras palabras, tiene sus sanciones.
El libro de
Deuteronomio es particularmente instructivo aquí. Deuteronomio es el único
texto completo de la Biblia acerca de una ceremonia de la renovación de pacto. Documenta
lo que pasó entre Yahvé e Israel en las planicies de Moab antes de que el
pueblo entrara en la Tierra Prometida.
El clímax del
libro y del clásico resumen del pacto se encuentra en Deuteronomio 30:15-20. Aunque
estos versículos se dan en el contexto de un pacto histórico específico entre
Yahvé e Israel, están basados en el pacto de la creación y presentan la misma
estructura básica.[6] El
pasaje comienza con Moisés, quien llama al pueblo a elegir entre los dos
caminos federales. Dice: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el
bien, la muerte y el mal...”. Describe el primer camino:
... porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios,
que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus
decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la
tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.
Después se
vuelve al segundo camino:
Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te
dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os
protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la
tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.
Trayendo su
mensaje a una culminación, Moisés entonces dice:
A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy
contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y
maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a
Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para
ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró
Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.
Lo que tenemos
en el libro de Deuteronomio, centrado en este pasaje, es la imagen de Yahvé, el
gran Rey, el soberano Señor, que emite sus leyes, sus instrucciones para una
vida recta, y llama a su pueblo a un compromiso y obediencia totales y sin
vacilaciones. Las dos opciones federales de una obediencia amorosa o de una
desobediencia idólatra están delante de ellos.
Las
consecuencias son claras. Dios responde a nuestra respuesta. El camino a la
obediencia es el camino hacia el shalom; tiene como resultado la vida y la
bendición de la mano de Dios. Pero el camino de la desobediencia es el camino
de muerte y de la maldición del juicio.
Las
consecuencias son inevitables. Ya que la desobediencia va en contra del mismo
corazón de la creación misma. El pecado es rebelión tanto en contra de la
estructura como del Estructurador de la realidad. Tal rebelión conduce
inevitablemente a la frustración de uno mismo y a la destrucción de uno mismo.
En contraste,
cumplir con la naturaleza creada de cada uno, estar en armonía obediente con
las leyes de Dios, es la plenitud de la vida. Por ello encontramos en el
formato cuidadosamente estructurado de Génesis 1 una declaración repetitiva de
Dios de que la original respuesta de la creación a su palabra era buena, aún
más, muy buena. Y la humanidad en la creación recibe las bendiciones federales
(1:28).
No obstante, en
Génesis 3 lo opuesto es también verdad. Ahí, en el relato de la caída,
encontramos que el resultado de la desobediencia humana es la declaración de
una serie de maldiciones (3:14-18). O bien, como Pablo explica en Romanos 6:23,
“la paga del pecado es muerte”. Éste es el único resultado posible cuando
desobedecemos la palabra de vida.
La Biblia en
otra parte llama estas dos direcciones vitales últimas los caminos de sabiduría
y de necedad. Así como el diseño maravilloso de Dios para la creación muestra
su sabiduría (evidente en sus leyes sabias para toda la vida), así también
nuestra respuesta obediente a estas leyes constituye nuestra sabiduría. Rebelarse
en contra de los estándares creacionales de Dios es considerado en las
Escrituras como la locura última.
¿UN CISMA ENTRE LO SAGRADO Y LO SECULAR?
Los caminos de
la sabiduría y obediencia, y de la locura y desobediencia cruzan a lo largo de
todo lo que hacemos. Estamos llamados a servir al Señor y a reconocer su
reinado en todo el espectro de nuestras actividades culturales. No hay
compartimentos aquí entre lo sagrado y lo secular. Nuestro servicio a Dios no
es algo que hacemos aparte de nuestra
vida humana ordinaria. La Biblia no sabe de tal dicotomía. En el mundo bíblico
toda la vida, en todas sus dimensiones, está constituida como religión. Desde
nuestras decisiones económicas hasta nuestra recreación, desde nuestra vida de
oración hasta la forma de bañar a nuestros bebés, en cada acción y hecho
culturales, vivimos sólo en respuesta de la ley de Dios cósmica para la
creación. Es el universo de Dios en toda su extensión. Y estamos llamados a ser
dadores de respuestas responsables a su Torah global.
Pero el cisma
entre lo sagrado y lo secular no muere fácilmente. Muchos objetan, arguyendo
que Dios tiene estándares para algunas acciones humanas, pero para otras él es
simplemente indiferente. Argumentan que la vida es de hecho religiosa en
algunos aspectos, pero no puede identificarse estrictamente con la religión.
Después de todo, creen que nuestro cristianismo no se aplica directamente a todo lo que hacemos. No se aplica, por
ejemplo, a actividades "seculares" tales como la agricultura y el
arte.
¿Q acaso sí?
Escucha lo que la Biblia dice en Isaías 28:
El que ara para sembrar, ¿arará todo el día? ¿Romperá
y quebrará los terrones de tierra? Cuando ha igualado su superficie, ¿no
derrama el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en hilera, y la avena en su
borde apropiado? (Isaías 28:24-25 ).
¿Cómo sabe el
campesino arar los campos y sembrar la semilla? “Porque su Dios lo instruye, y
le enseña lo recto” (v. 26). El pasaje continúa:
... que el eneldo no se trilla con trillo, ni sobre el
comino se pasa rueda de carreta; sino que con un palo se sacude el eneldo, y el
comino con una vara. El grano se trilla; pero no lo trillará para siempre, ni
lo comprime con la rueda de su carreta, ni lo quebranta con los dientes de su
trillo (vv. 27-28).
¡Todo esto
acerca de una actividad tan mundana como la de los métodos para trillar de un
granjero! ¿Cómo sabe cuál es la manera correcta de trillar el grano? “También
todo esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y
engrandecer la sabiduría” (v. 29).
En otras
palabras, el entendimiento de la forma correcta de labrar la tierra –la
práctica de la buena agricultura– se considera en la Biblia como dada por Dios.
El agricultor está en contacto con la sabiduría de Dios. Ha discernido y está
siguiendo las leyes sabias de Dios, sus normas creacionales en esta área de la
vida aparentemente secular.
Tomemos otro
ejemplo bíblico, esta vez acerca de la construcción del tabernáculo (Éxodo 31).
Dios le explica a Moisés que él ha elegido a un artesano maestro llamado
Bezalel para que supervise el trabajo del tabernáculo. El punto significativo
aquí es la razón dada en cuanto a la experiencia de Bezalel. El Señor dice: “...
y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en
ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y
en bronce, y en artificio de piedras para engastadas, y en artificio de madera;
para trabajar en toda clase de labor” (Ex. 31:3-5).
Este pasaje hace
añicos nuestras preconcepciones de lo que significa servir a Dios; puede
estrellar nuestra cosmovisión. Éxodo 31 puede causar un cambio de “Gestalt”' en
la manera de ver la relevancia del cristianismo para la vida. Habla de los
propósitos de Dios en el hecho de que somos llenos con el Espíritu de Dios.
El Espíritu de
Dios nos capacita para vivir obedientemente, para vivir una vida santa de
acuerdo con sus estándares. Dios llenó a Bezalel con su Espíritu para que fuera
guiado en “obediencia santa”. Yahvé, el Creador y Señor del universo, quien nos
creó como seres artísticos, quiso que un buen trabajo se hiciera en su
tabernáculo. Así que capacitó a Bezalel para discernir y obedecer sus
estándares creacionales para el trabajo de artesanía y arte.
Estos dos
ejemplos de Isaías y Éxodo ilustran la enseñanza bíblica central: todo lo que hacemos debe ser hecho con
un corazón lleno del amor de Dios.
Si nuestras
vidas no son una expresión de nuestro amor hacia él, expresarán entonces
rebelión en contra de él. Esto es simplemente nuestra naturaleza religiosa como
portadores de la imagen de Dios. Toda nuestra vida cultural está sujeta a las
normas de Yahvé, y estamos llamados a responderle en obediencia.
REINOS EN CONFLICTO
No obstante,
hemos caído de nuestro llamado. Somos gente corrupta que ha servido a los
ídolos en vez de reflejar la imagen de Dios. Vivimos en una creación caída que
gime por redención. El pecado no es una posibilidad creada; sino es un hecho
presente. Esto es nuestra experiencia humana común. La caída ha tenido lugar, y
la maldición ha sido proferida.
Pero, ¿cómo fue
que esto pasó? ¿Cómo entró el pecado en la buena creación de Dios? Satanás
intentó controlar la creación al incitar a sus habitantes, súbditos de Yahvé, a
cometer alta traición en contra de su justo Señor. Encabezó una rebelión en
contra del legítimo Rey de la creación y plantó su propio reino renegado,
llamado en Colosenses 1:13 el dominio de las tinieblas. Satanás se otorgó a sí
mismo el título de gobernador (las Escrituras lo llaman un príncipe) aunque es
sólo un pretendiente al trono que no tiene derecho legítimo a la autoridad.[7]
Su reino, establecido en contraposición al de Dios, es parasitario. Puesto que
Satanás no tiene una esfera legítima (o creación) propia para gobernar, vive a
expensas del gobierno de Dios. Su dominio consiste en intentos para
distorsionar la buena creación de Dios. Su reino de destrucción trabaja en contra del bueno y sabio orden de la
creación de Dios.
Satanás, pues,
condujo a la humanidad a la desobediencia del pacto. Tentó a la humanidad a
rechazar el gobierno de Yahvé y a emitir su “declaración de independencia” de
su Creador. Las consecuencias son devastadoras. Cuando la comunión con el
Creador de la vida se rompe, la muerte es el resultado inevitable. La vida no
es más algo íntegro, sino algo corrupto. Las crisis personales, interpersonales
y sociales abundan porque la vida esta amputada de su fuente. Aún más, la
declaración de independencia prueba ser una ilusión. En vez de encontrar
autonomía, nos damos cuenta de que somos aún siervos –atados a un déspota que
gobierna sobre un reino de esclavos.
Con todo, la
caída afectó más que sólo a la humanidad. Nuestro pecado ha esclavizado la
tierra. Porque Dios nos había dado autoridad única sobre la creación, nuestra
desobediencia trajo maldición sobre toda la creación. Por consiguiente, la
tarea cultural, la vida humana en todos sus aspectos, es una batalla. Dejar de
reflejar la imagen de Dios en nuestro gobierno de la tierra es ir en contra del
corazón de la vida; contradecimos la manera en que las cosas deberían ser. De hecho,
contradecimos nuestra misma persona. No cuidamos más de la creación; de hecho,
comenzamos a experimentar la tierra como enemigo. En lugar de conservar y
desarrollar la creación, la destruimos y explotamos. Gobernamos la tierra en
desobediencia. Al actuar como déspotas, seguimos el ejemplo del usurpador
despótico (Juan 8:41-44).
Como resultado, “toda
la creación”, dice Pablo en Romanos 8:19-23, gime y
espera el tiempo cuando sea “libertada de la esclavitud de corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios”. La creación esté en espera, en otras
palabras, de nuestra liberación. Sólo
entonces será verdaderamente restaurada. Porque fue esclavizada por nuestro
gobierno pecaminoso (la maldición que era la consecuencia de nuestra
desobediencia), sólo nuestra redención garantizará su libertad.
Dos reinos están
en guerra. Una batalla espiritual está en marcha, un conflicto entre reinos que
permea el espectro entero de las actividades humanas. Así como los caminos del
pacto cruzan a través de todo lo que hacemos, así también los dos reinos. De la
misma manera que nuestra vida cultural es creada
y está bajo el gobierno de Dios, y así como estamos llamados a servirle en
todo lo que hacemos, así también toda nuestra vida está ahora caída. No hay nada en la creación que el
pecado no haya tocado: “... él mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
Aunque Dios
todavía nos llame a una ejecución obediente de nuestra tarea cultural, el
usurpador nos obliga a jurarle lealtad a su reino renegado y con ello rebelarnos
en contra de nuestro verdadero llamado. Las penetrantes palabras de de C.S.
Lewis cortan hasta el corazón de nuestra condición ulterior a la caída: “No hay
terreno neutral en el universo: cada metro cuadrado, cada milésima de segundo,
Dios los declara suyos, mientras que Satanás le da la contra”.[8]
[1]
Las dos primeras referencias se hallan en las historias de Jacob, Génesis 31:19
("dioses de casa") y Génesis 35:2, 4 ("dioses
extranjeros").
[2] Aunque varias palabras
hebreas se traducen como “imagen” en el Antiguo Testamento, los seres humanos
son llamados selem de Dios en Génesis
1:26-27; 5: l; y 9:6. Esta palabra también se usa en relación con los ídolos en
Números 33:52; 2 Reyes 11:18; 2 Crónicas 23: 17; Ezequiel 7:20; 16:17; y en
Amos 5:26. Walter Kaiser, en la p. 76 de Towards
an Old Testament Theology [Hacia una teología veterotestamentaria ],
traduce selem como “estatua o copia esculpida o tallada”.
[3] Ver Berkouwer, Man: The Image of God [El hombre: La imagen
de Dios] pp. 67-118; también el artículo "Imagen" por Ralph P.
Martin en The New International
Dictionary of the New Testament Theology [El nuevo diccionario de la teología
neotestamentaria], vol. 2, Colin Brown (ed.) (Grand Rapids: Zondervan,
1976), especialmente p. 287.
[4]
A la luz del estudio anterior diferiremos de la interpretación reciente e
influyente de Francis Schaeffer de la imagen de Dios en el hombre. Él considera
que el término meramente significa nuestra humanidad-o, para ser más preciso,
nuestra “personalidad”, nuestra naturaleza única como personas humanas. Véase The God Who is There [El Dios que está allí]
(Downers Grove: InterVarsity Press, 1968), p. 87; Genesis in Space and Time [La Génesis en espacio y tiempo] p. 47; y
también Thomas V. Morris, Francis
Schaeffer's Apologetics: A Critique [La apologética de Francis Schaeffer: una
crítica] (Chicago Moody Press, 1976), p. 26. Mientras que Schaeffer está en
lo correcto al conectar nuestra humanidad con la imagen de Dios (puesto que los
seres humanos son quienes están hechos a la imagen), esta opinión necesita dos
calificaciones importantes. Primero, la imagen de Dios no es nuestra humanidad
en el sentido de nuestra “personalidad”, que es una noción restringida, sino
incluye nuestra experiencia corporal. Segundo, la imagen no simplemente hace
referencia a nuestra naturaleza humana (como Macaulay y Barrs lo indican en Being Human: The Nature of Spiritual
Experience [El ser humano: La naturaleza de la experiencia espiritual],
cap. 1) sino a nuestra humanidad normativa, nuestro esfuerzo de vivir según los
estándares de Dios en todo lo que hacemos. Además, debemos ver esta humanidad
como nuestro cumplimiento del mandato cultural (un punto que no enfatizó
Macaulay y Barrs). Nuestra humanidad y la imagen de Dios, por lo tanto, están relacionadas
pero no se pueden identificar sin precisar diferencias. Como Meredith Kline lo
señala en Images of the Spirit [Las
imágenes del Espíritu] p. 33, “no son simplemente equivalentes”.
[5]
Hemos empleado el término imagen, que es más preciso que el término más laxo ídolo, en el versículo 4.
[6] Para aclarar el
análisis bíblico-teológico del pacto en el Antiguo Testamento, ver Meredith G.
Kline, The Structure of Biblical
Authority [La estructura de la autoridad bíblica] (Grand Rapids: Eerdmans,
1975).
[8]
C. S. Lewis, “Peace Proposals for Brother Every and Mr. Bethell”, [“Propuestas
de paz para el hermano Every y para el señor Bethell”] Christian Reflections [Reflexiones Cristianas] Walter Hooper (ed.) (Glasgow: Collins,
Fount Paperbacks, 1981), p. 52.
Soli Deo Gloria
bY LeMDS
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