Los Decretos de Dios IV

Los decretos de Dios son ciertamente eficaces.

Los decretos de Dios son ciertamente eficaces, esto es, aseguran e cumplimiento de lo que Él decreta. Todo lo que Dios ordene previamente tiene ciertamente que suceder. La distinción entre los decretos de Dios como eficientes (o eficaces) y como permisivos no tiene relación con la certidumbre de los acontecimientos. Todos los acontecimientos abarcados en el propósito de Dios son igualmente ciertos, sea que Él haya determinado llevarlos a cabo por su propio poder, o simplemente que permita que sucedan por acción de sus criaturas. No era cosa menos cierta desde la eternidad que Satanás tentaría a nuestros primeros padres, y que caerían, que el que Dios enviaría a su Hijo a morir por los pecadores.

La distinción en cuestión tiene referencia sólo a la relación que los acontecimientos tienen con la eficiencia de Dios. Algunas cosas se propone llevarlas a cabo; otras, decreta permitir que sean llevadas a cabo. El hace el bien; El permite el mal. El es el autor de lo primero, pero no de lo segundo. Con esta explicación, la proposición de que los decretos de Dios son ciertamente eficaces, o que hace seguros los acontecimientos a que se refieren, se mantiene. Esto se demuestra:

1. Por Ia perfección de Dios, que prohíbe que se le adscriban propósitos inciertos en cuanto a su cumplimiento. Ningún hombre deja de llevar a cabo lo que se propone, excepto por la falta de sabiduría o de poder para alcanzar el fin propuesto, o por alguna vacilación de su propia mente. Suponer que lo que Dios decreta deja de cumplirse implicaría reducir a Dios al nivel de sus criaturas.

2. Por la unidad del plan de Dios. Si este plan incluye todos los acontecimientos, todos los acontecimientos tienen una mutua relación y la dependencia. Si una parte fracasa, el todo puede fracasar o verse inmerso en confusión.

3. Por la evidente concatenación de acontecimientos en el progreso de la historia, que demuestra que todas las cosas están íntimamente relacionadas, a menudo dependiendo los acontecimientos más importantes de los más triviales, lo que muestra que el todo debe estar incluido en el plan de Dios.

4. Del gobierno providencial y moral de Dios. No podría haber, certidumbre en ninguna de ambas cosas si los decretos de Dios no fueran eficaces. No podría haber certidumbre de que se cumpliera ninguna profecía, promesa o amenaza divinas. De esta manera se perdería toda la base para la confianza en Dios, y el azar y no Dios vendría a ser el árbitro de todos los acontecimientos. Las Escrituras enseñan esta doctrina de una manera diversa y constante: (a) Mediante todos aquellos pasajes que enuncian la inmutabilidad y soberanía de los decretos divinos. (b) Por los que afirman que Él determina los límites de nuestra morada, que nuestros días están todos contados, y que ni aún un solo cabello de nuestras cabezas puede caer sin que Él lo sepa. (c) Por aquellos que declaran que nada puede contrarrestar sus designios. «Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, y ¿quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién lo hará retroceder?» (Is 14:27). «Lo que yo hago, ¿quién lo revocará?» (43:13) (d) Por los que enseñan doctrinas que necesariamente suponen la certidumbre de todos los decretos de Dios. La totalidad del plan de la redención reposa sobre este fundamento. Es Inconcebible que Dios dispusiera un plan así, y que no asegurara su ejecución, y que Él enviara a su Hijo al mundo y dejara indeterminadas las consecuencias de aquella infinita condescendencia. Por ello, es doctrina de la razón, así como de las Escrituras, que Dios tiene un plan o fin para el que el universo fue creado, que la ejecución de este plan no está dejado al albur de contingencias, y que todo lo que está incluido en los decretos de Dios debe ciertamente acontecer.

Charles Hodge
Teología Sistemática


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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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